jueves, 5 de julio de 2012

Volando voy, volando vengo...

En tan solo una semana estaré cogiendo un avión rumbo a las islas británicas, y esto me ha hecho recordar que son ya muchísimos años volando, y que los viajes por aire me han proporcionado suficientes anécdotas para escribir un libro. Y me he dicho que éste es un buen día para compartir algunas cosas con vosotros y escribir sobre ello en este blog, aunque sea de forma breve y absolutamente desordenada.

Tenía unos 15 años cuando monté por primera vez en un avión. Lo tengo bien grabado en mi memoria. Era un vuelo a Menorca y viajábamos allí para jugar el Campeonato de España de Baloncesto, donde habíamos llegado tras clasificarnos entre los ocho mejores equipos del país. Éramos, como podéis fácilmente imaginar, un grupo de mocosos (muy grandes, eso sí) ruidosos y alborotadores. Recuerdo aquella sensación de mi primer  despegue, esos segundos en los que te hundes en el asiento como si un gigante de 200 kilos se hubiera sentado de repente encima de ti. Rememoro ahora con una gran sonrisa los nervios de todos nosotros, y en especial los míos, con las primeras turbulencias, y pienso también - cómo no - en aquel aterrizaje y en el impacto de las ruedas al tocar la pista que hizo que mis manos se aferraran al brazo del asiento como si necesitara desesperadamente arrancarlo del suelo (reconozco que este pequeño acto reflejo aún no se me ha quitado hoy cuando atravieso turbulencias…).

También recuerdo la vuelta con clara nitidez, pero por otras razones de índole muy distinta. El último día en Menorca, tras la conclusión del torneo, pasamos la mañana en la piscina del hotel que hasta entonces apenas habíamos disfrutado. Como no podía ser de otro modo, varios de nosotros nos quemamos con el exceso de sol y la completa falta de crema protectora. Imaginaros en un grupo de gallitos quinceañeros, a ver quién era el valiente que se ponía cremita solar delante de los demás… En fin, el rojo del cangrejo era un tono pastel comparado con el color que presentaba mi espalda al día de la salida. Me dolía hasta respirar, por no hablar del roce de la camiseta, y no era el único, así que si el primer despegue había sido una de las mejores sensaciones en mi todavía vida  adolescente, el despegue de vuelta y el resto del vuelo fue como una pequeña tortura china de la que me temo que no pude disfrutar ni un solo minuto.

Pero aquello, vivido con la emoción de un crío, pasó hace muchísimo tiempo, y desde entonces he viajado en decenas y decenas de aviones, viviendo multitud de historias, conociendo a la gente más variopinta, sufriendo retrasos y cancelaciones, y pasando de nuevo por el purgatorio, esta vez por los espacios cada vez más pequeños entre los asientos, donde hasta el playmobil de la fotografía pasaría apuros…


 
Hablar hoy aquí de todas estas experiencias me resulta fácil y al mismo tiempo complicado, porque se mezclan tantos recuerdos que no soy capaz de distinguir unos de otros, y corro el riesgo de perder verosimilitud y acabar mezclando fantasía y realidad, que ni yo mismo a veces logro distinguir.

Podría empezar hablando de la gente que conocí en estos viajes, desde profesores, pasando por deportistas, compositores, comerciales, hasta publicistas, políticos… Muchas personas, muchos nombres de los que no me acuerdo, muchas conversaciones a veces tremendamente interesantes y algunas pocas – para qué nos vamos a engañar -  absolutamente tediosas.

Ahora mismo me viene a mi memoria una adorable anciana británica de 86 años, que si no recuerdo mal, venía a visitar a su hijo que se había casado con una española. Me contó que estudiaba español desde hacía un par de años, pero que sólo era capaz de aprender unas poquitas palabras. Evidentemente, no pude por menos que mostrar mi absoluta admiración por aquella mujer, y por su fortaleza viajando sola con esa edad. Su entusiasmo por aprender, sus preguntas, su curiosidad y sus ganas de vivir me dejaron muy impresionado.

Recuerdo también a una enérgica directora de recursos humanos de una archiconocida multinacional cuya risa y tono de voz podía competir perfectamente con los estridentes mensajes de la tripulación anunciando la venta a bordo del perfume de Jennifer López o de Antonio Banderas, y que hacía que medio avión estuviera pendiente de una nueva carcajada de esta formidable mujer. ¡Qué vitalidad! Hablamos durante un par de horas de lo humano y lo divino, de viajes, de trabajo, de prácticamente todo lo que podáis imaginar, y me encantó conocer a una persona que, a pesar de estar en un puesto de semejante responsabilidad, se comportó conmigo de manera campechana y humilde. Por supuesto, como dice el anuncio, “no soy tonto”, y me quedé con su tarjeta por si acaso pudiera necesitarla en el futuro, tarjeta que – de nuevo por supuesto – perdí semanas más tarde dentro del caótico orden que sin duda me caracteriza.

Podría seguir aquí hablando de mucha gente con la que compartí vuelos, pero probablemente resultaría tedioso, y seguramente muchos de vosotros habréis tenido experiencias similares, y es que viajar es siempre un libro abierto donde las historias, pero sobre todo los personajes, los pones tú.

Tampoco hablaré hoy aquí de las diversas aerolíneas ni de las tan denostadas compañías low cost. Es evidente que las experiencias que vives volando pueden ser muy diferentes dependiendo, y mucho, de la compañía con la que viajes. Hoy en día, viajar ha dejado de ser un lujo y se ha convertido en una actividad más de ocio al alcance prácticamente de cualquiera. Las compañías de bajo coste han conseguido que salga más barato coger un vuelo a Londres que salir a cenar por Madrid, pero claro, nunca será lo mismo ir en Business Class en Korean Airlines (algo que hasta ahora sólo he visto en las películas), que ir sentado en menos de medio metro cuadrado en Ryanair, EasyJet o similares (aquí sí que soy un auténtico y genuino experto).

Creo que hablar sobre este tema es ya redundante y no aporta ninguna nueva perspectiva sobre los viajes, así que pensando en perspectivas diferentes, no sé si mucho más interesantes, pero sí más originales, me ha venido a la cabeza el apasionante mundo de las azafatas. Sí, lo sé, no tiene nada de original e incluso se corre el riesgo de incurrir en los típicos comentarios estereotipados que pueden rozar un machismo ya trasnochado, y por eso debo recalcar que no voy a hablar de ellas… sino de sus peinados.

De acuerdo, estoy como una cabra, pero si hay algo común a la mayoría de las azafatas y a lo que he dedicado muchas horas de observación cuando cojo un vuelo son los recogidos de pelo que lucen. A veces me digo a mi mismo si no debería alguien escribir una tesis doctoral sobre este tema.

Con los años se ha convertido en una de mis distracciones favoritas, y siempre observo con cuidado disimulo esas magníficas obras de arte. Y siempre que creo que no voy a encontrar un tocado mejor, aparece uno nuevo todavía más grande, más perfecto, más elaborado… que supera con creces el anterior. He de reconocer que este hobby me divierte.

Eso sí, hay un peinado en especial que me sigue dejando atónito. Los donuts. Sí amigos, los donuts. Esos recogidos de pelo con la forma geométrica de un donuts - antes de dejar los dedazos impresos en el azúcar - .

Es el toroide más perfecto que jamás hayáis visto. Podéis simular esta forma tridimensional en un ordenador de la NASA y no os saldrá una figura más perfecta. Es que no hay un pelo fuera de su sitio. Y qué decir de la tensión a la que someten la piel de la cabeza al sujetar el pelo de ese modo, que me río yo de los lifting.




En fin amigos, lo sé, a partir de ahora cuando viajéis en avión no vais a poder evitar mirar estos maravillosos trabajos y es que os aseguro que cuando uno viaja mucho, las horas de aburrimiento dan lugar a descubrimientos inauditos.

Descubrimientos maravillosos, y manías compulsivas…
Sí, es hora de una última confesión antes de irme y momento de reírse de uno mismo y deciros que cuando el avión aterriza, siempre tengo que mirar de frente hacia la cabina del piloto. Nunca por la ventanilla. Jamás. Pero lo mejor de todo es que no es por miedo al aterrizaje, ni mucho menos. Es mucho peor. He desarrollado una especie de superstición que me tiene casi convencido de que mirar por la ventanilla al aterrizar trae una especie de mala suerte que puede hacer que algo salga mal. Es verdad, directo al manicomio, pero ya son muchísimos años creyendo esto y me temo que no puedo vencer la inercia de esta manía, que por otra parte - y lo digo con cierta malicia - me permite observar que no soy el único que tiene manías al aterrizar… ;-)

Bueno, por hoy es hora de terminar. Espero que hayáis disfrutado de la lectura, que como ya dije en las primeras líneas iba a ser breve, pero sobre todo, desordenada.

Nos vemos en unos días, antes de partir.

No olvidéis sonreir.


9 comentarios:

  1. ahora tengo ganas de comerme un Donut....

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    1. No te cortes!! Donuts y Efecto Wanderlust, fantástica combinación.

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  2. Vamos, que desde que hay hombres en el mundo de las azafatas, te han jodido un poco el hobby... ;-)

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    1. No te creas Dani, incluso hoy, yo creo que el 90% siguen siendo mujeres, o al menos esa es mi experiencia en las low cost, pero vamos, no hay problema, siempre se pueden buscar hobbys nuevos... ;-)

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  3. Yo he sido un afortunado de viajar con Business en Korean Arlines en un viaje Madrid-Amsterdam, fui por trabajo y me lleve de "guía" a Uge,(que por cierto estuvo todo el día explorando la ciudad, haciendo sus cositas...), la verdad que el trato fue maravilloso y la comida en el vuelo impresionante. Cosas de la suerte cuando compras billetes por internet. Existe yo lo he visto.

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    1. Madre mía, es verdad, existe alguien que ha volado en Business de Korean Airlines!! Pensé que solo salía en las pelis... Eres un crack, coach!. Tu sí que tenías que escribir un blog, y el viaje con Uge, seguro que daría para varias páginas, jajajaja.

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  4. Estimado w@nder-boy- Ya tenía ganas de entrar y participar en este blog...y vas y te pones a hablar de aviones, viajes, aeropuertos....me lo has: puestoahuevo!! Me he sentido muy identificado y es que en mi caso también son muchos, muchos años viajando compulsivamente, mas de 15? 20 años? 600-700 aviones? No, no es exageración. Esa ha sido mi vida. Volar/viajar es la mayor metáfora de la vida. Con sus buenos momentos, como las mariposas que aún y después de tantos años, siento en el estómago en cada despegue, la sensación de flotar a pocos cm. por encima de las nubes, el regresar a ver a los tuyos después de 3 semanas fuera de tu casa, el llegar a ese destino absolutamente maravilloso! la sala VIP de Heathrow y sus masajes......pero también existen, como en la vida los malos momentos, como el café de los 500 aviones que he cogido (joder, no aprendo! Es una bazofia! Sea Ryanair o Korean airlines!), el viajar estando enfermo, la sensación de estar en medio de un aterrizaje que el piloto aborta, pocos metros antes de tocar tierra (momento compartido con otra compañera), los vuelos que he perdido (que les ha habido) o la desagradable sensación de estar en medio de 200 desconocidos que se dirigen ilusionados a sus vacaciones y desconocen absolutamente del dolor inmenso que tú llevas como equipaje en ese momento......sí, efectivamente, la vida misma es ese gran viaje, con sus miserias y sus alegrías y cuando todas esas tarjetas de embarque se me empiezan a marcar en las arrugas, ambos, estimado w@nder-boy- sabemos, como todos los viajeros frecuentes que alguna vez se tiene que partir. Ese día, el día que haya que partir, nos giraremos, pondremos nuestra media-sonrisa y nos desearemos "BUEN VUELO"
    Un abrazo compañero

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    1. Estimado compañero, me alegra mucho leer tus líneas por primera vez en este blog. Si yo he vivido muchas historias viajando, no puedo ni imaginarme la cantidad de sentimientos, encuentros, alegrías… y también frustraciones, cabreos e incluso dolor que guarda tu memoria tras una vida pasada en buena parte entre las nubes, historias de las que ojala puedas seguir haciéndome partícipe mucho tiempo.
      Soy de la opinión de que allí arriba, todo cobra una importancia relativa. Nos convertimos en marionetas encerradas en un cacharro metálico a 10.000 metros de altura y si somos lo suficientemente observadores, mirando por la ventanilla nos damos cuenta de lo pequeño que somos comparados con la inmensidad del mundo en que vivimos. Esa sensación nos ayuda a veces a ver las cosas de otro modo y a relativizar los problemas. Por desgracia, cuando tocamos tierra, volvemos a ser absorbidos por la cotidianeidad de nuestros agobios, y perdemos de nuevo la perspectiva. Ojala, amigo, mantuviéramos siempre esa capacidad de relativizar los problemas una vez de vuelta en tierra…
      En fin, como bien dices, llegará un día que acumulemos más arrugas que kilómetros volando, pero mientras tanto te diré únicamente, como decimos los peregrinos, BUEN CAMINO!
      Un fuerte abrazo

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    2. Queridos compañeros:
      He disfrutado leyendo vuestros comentarios y he reconocido algunas de las situaciones que hemos vivido juntos, algunas de ellas con cierto susto por no decir miedo, pero veo que ambos habéis olvidado mencionar otro tipo se situación que los 3 hemos vivido/padecido en un avión y que es muy común: "Dícese de cuando no quieres viajar al lado de alguien en concreto que sabes que va a coincidir contigo en el mismo vuelo, y haces todo lo posible para no sentarte a su lado".
      ¡Qué momentos!, ¡Qué sudores!.
      En estos casos la aventura comienza desde el momento mismo de sacar el billete por internet, procurando elegir muy bien el asiento al lado de otro ya ocupado.
      Pero a veces ni siendo tan meticuloso se tiene suerte, porque cabe la posibilidad de que la persona no deseada en cuestión sea muy cabezota, y le pida con un sorisa beatífica a la persona que te tocaba al lado, que por favor le cambie el sitio.
      Aunque no tengas ninguna confianza con el desconocido de turno, normalmente tu mano se agarra cual zarpa a su pierna para hacerle entender que no debe moverse del asiento, pero siempre hay cobardes que se huelen la situación y que no quieren interponerse, y acaba cediendo, por no decir que huyendo.
      Cuando la persona no deseada en cuestión acaba sentándose a tu lado e interponiendo su cuerpo para tapar a salida al baño o incluso la salida de emergencia.....lo mejor es no pensar en las horas que te quedan por delante a si lado, y concentrarte en echar una siesta que ocupe al menos las tres cuartas partes del vuelo.
      Un abrazo.

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