jueves, 28 de junio de 2012

Llwybr Arfordir Sir Benfro

Antes de que echéis mano de Wikipedia o de Google, os ahorraré tiempo y esfuerzo diciéndoos que el título que da nombre a esta entrada del blog no es élfico ni ninguna otra lengua sacada de El Señor de los Anillos, sino la denominación en galés del Pembrokeshire Coast Path, una de las Rutas Nacionales (National Trails) que existen a lo largo y ancho de Gales e Inglaterra, antes llamadas Long Distance Routes (nombre que hasta hace poco designaba también, además de las anteriores, a las rutas de Escocia, ahora llamadas Scotland’s Great Trails).

Después de este tremendo lío de nombres como introducción (espero que aún sigáis leyendo), quería deciros que os hablo hoy aquí de esta formidable ruta porque en tan solo dos semanas emprenderé rumbo a Gales para afrontar un nuevo reto personal, que consiste en caminar solito y durante doce días los 300 kilómetros que separan St.Dogmaels de Amroth, siguiendo siempre la quebrada línea de la costa que marca este camino, y que transcurre en su mayor parte por el Parque Nacional de la Costa de Pembrokeshire.

Durante el recorrido – marcado en rojo a la izquierda de la foto - caminaré junto a enormes acantilados, algunas playas casi vírgenes y otras de turismo masivo, paisajes increíbles y espacios naturales protegidos, y también, quizás como contrapunto de todo lo anterior, pasaré junto a un par de grandes refinerías de petróleo y algún que otro campo de tiro de la armada británica. Como veis, promete ser un viaje de contrastes, pero sobre todo, inolvidable.




Posiblemente a estas alturas, os preguntéis por qué Gales. No sabía muy bien qué responderos pero hay un pequeño pasaje de Alicia en el País de las Maravillas que me encanta y que explica de una manera, cuando menos original, las razones de mi decisión.
En esa parte del texto Alicia comienza preguntando…

“¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”
“Eso depende en gran parte dónde quieras llegar” - dijo el Gato.
“No me importa mucho dónde…” - dijo Alicia.
“Entonces tampoco importa el camino que elijas” – dijo el Gato.
“… siempre que llegue a alguna parte” – añadió Alicia como explicación.
“¡Oh!, seguro que lo harás” – aseguro el Gato – “si caminas lo suficiente”.

Así pues, y dicho en el más amplio de los sentidos, como a mi tampoco me preocupa demasiado (ni realmente lo sé) dónde voy, tampoco me importa el camino a elegir, siempre y cuando - como dice el Gato - camine lo suficiente. Por tanto, podía haber sido Italia, Noruega, incluso Corea – me hablaron de una ruta allí que otro os día os contaré -  , pero finalmente fue Gales.

También, siendo honesto, debo mencionar que una condición indispensable para elegir una ruta era que tenía que ser capaz de llevarla a cabo caminando en doce días, que corresponden a las dos semanas que me tomaré de vacaciones. Espero que a estas alturas ninguno hubierais pensado que me paso el año por ahí recorriendo rutas y senderos por el mundo y conociendo gente maravillosa. Ojalá fuera así, ese sería efectivamente mi sueño, pero mi trabajo, como el de muchos, no me lo permite, si bien el Efecto Wanderlust me mantiene siempre en movimiento al mínimo indicio de un par o tres de días libres. Aunque cualquier día, quién sabe…

En fin, amigos, no os puedo negar que tengo muchísimas ganas. Llevo casi dos meses preparando exhaustivamente el viaje (aunque no tanto la forma física), buscando los alojamientos con antelación - bed & breakfast o “casas de huéspedes” en su mayoría - porque es un riesgo importante llegar allí sin saber dónde dormir, ya que en algunos finales de etapa me encontraré tan sólo con dos o tres alojamientos, y en estas épocas es altamente probable que estén ocupados. También podría llevar una tienda de campaña, un saco, y dormir donde pueda, pero de momento, eso se lo dejo a otros más osados. Además, os aseguro por experiencia que los típicos y a veces exagerados "full english breakfast" que ponen en estos sitios te dan energía para aguantar sin comer hasta media tarde (aunque también es cierto que no todos sus efectos son tan positivos...). En cualquier caso, me temo que no me parezco mucho a Bear Grylls (el del programa de tv “el último superviviente”), pero yo diría que mis aventurillas, aunque mucho más humildes, son al menos un poco más reales que las del amigo Bear, a la vista de algún video que encontré en Youtube y del que os dejo aquí el enlace para que lo pincheis y podáis reíros un buen rato... ;-)


Volviendo al tema del blog de hoy, como seguramente os ocurrirá a muchos, lo bueno de los viajes es que el propio periplo y disfrute comienza con la preparación. En mi caso, horas frente al ordenador viviendo los recorridos mucho antes de que ocurran, viendo las fotos del terreno e imaginándose uno mismo una y otra vez pasando por allí, revisando los kilómetros de las etapas y preguntándome si no tendré algún problema físico que me impida llegar al final, dudas que por otra parte siempre me asaltan semanas antes de emprender la ruta, sobre todo por experiencias anteriores en las que algún que otro “problemilla” físico hizo temblar mis planes…

Durante la preparación del viaje he ido recopilando y leyendo información que no hace sino alegrarme cada vez más de haber tomado esta decisión. A veces el azar es caprichoso y entre otros descubrimientos que he hecho en estas semanas mientras navegaba por la red, he visto que National Geographic eligió Pembrokeshire como el segundo mejor destino de costa del mundo en 2011, y que en ese mismo año trece de sus playas recibieron banderas azules. Con estos antecedentes, os podeis imaginar que mi grado de excitación ha ido en aumento según pasan los días, y no veía el momento de contaros aquí este plan veraniego.


La costa de Pembrokeshire obtenida desde Google Maps.


Ni qué decir tiene que intentaré escribir a diario en el blog sobre esta experiencia. Y si no es posible, al menos cada dos o tres jornadas. Ya os dije hace unos días que compartir es parte de mi forma de ser y es la filosofía de la que parte este blog, y por tanto mi intención es haceros partícipes de este viaje, en la medida de lo posible, según vaya transcurriendo y casi en directo, para no perder frescura y que os podáis sentir todos también un poco cómplices del reto.  

Nada más de momento, sólo me queda ser paciente y esperar que se vaya acercando la fecha de partida. Mientras tanto, sed felices.


P.D. Para los amantes del senderismo y la naturaleza, os dejo un link a los National Trails (Gales e Inglaterra) y otro a los Scotland’s Great Trails (Escocia). De éstos últimos, comentaros que el año pasado recorrí en el verano el West Highland Way y el Great Glen Way. Recordadme que otro día os cuente aquella experiencia que fue absolutamente increíble.


jueves, 21 de junio de 2012

Arpad y Janos

No amigos, no me encontré a “Patxi” esta vez. Una auténtica lástima. Estoy seguro que estabais tan ansiosos como yo de conocer su verdadero nombre, pero no pudo ser. Comentaros de todas formas que esta vez acabé la marcha sin ayuda de ningún ángel de la guarda, aunque reconozco que tampoco me hubiera venido nada mal… Pero la marcha ya pasó, la vida continúa y en mi cabeza surgen nuevas historias que se van haciendo un hueco para ser trasladadas y compartidas con vosotros en este espacio digital.

Como ya os adelanté en los inicios de este blog, mi intención era hablar de historias, de viajes, de personas... Y es este último punto uno de los que más me motivan a la hora de escribir.
Es evidente que me gusta mucho hablar de algunas personas que he conocido en algún momento de mi vida. Hablo de personas que de una u otra manera tienen comportamientos o filosofías de vida que, independientemente que pueda compartir o no, me han impactado en momentos determinados, y por ende, creo que pueden interesar a más gente. No son perfectos, no son héroes, no pretenden ser ejemplos de nada, y mucho menos imponer su forma de ser a nadie. Son sólo personas que aparecieron en un tramo de mi existencia, y que dejaron impresa un pedacito de huella en mi memoria.

Es el caso de Arpad y Janos. O Janos y Arpad, tanto monta, monta tanto…
Conocí a estos entrañables húngaros allá por Agosto de 2009, durante mis días recorriendo parte del Camino de Santiago. Pude compartir con ellos un par de jornadas de caminatas y albergues, y aunque reconozco que me hubiera gustado caminar más días con ellos, una de las normas no escritas del Camino es que cada uno debe seguir sus propios impulsos, y en aquel momento el mío era volver a caminar sólo y conocer a nueva gente.
Aún recuerdo con una enorme sonrisa en mi cara aquella primera noche compartiendo albergue en Villafranca del Bierzo, durmiendo en un pequeño cuarto con tres colchones viejos en el suelo dentro de nuestros sacos. Aquella noche, bien entrada la madrugada, me desperté y me llevé un enorme susto al ver por el rabillo del ojo a aquellos dos húngaros sentados en sus respectivos sacos de dormir, espalda apoyada en la pared, ojos cerrados, expresión vacía… Os aseguro que salté de mi colchón como si fuera una cama elástica y se me dispararon las pulsaciones del corazón. Tardé aún varias horas en recibir explicaciones y comprender que aquello que había visto no era más que un ejercicio de meditación, hecho, eso sí, a unas horas ciertamente intempestivas.
Aquella fue una anécdota divertida que cuento a menudo y con la que siempre vuelvo a reírme, pero una vez dicho esto, no quiero que os imaginéis a dos tipos místicos, o de una espiritualidad inalcanzable. Ni tampoco a dos peregrinos profundamente religiosos. Nada más alejado de la realidad. Arpad y Janos son dos maravillosas personas que viven su vida de una manera muy sencilla en un centro internacional de meditación que existe en Holanda, y al que acude gente desde todos los puntos del mundo para imbuirse en el estudio de la meditación y el estilo de vida implícito que lleva esta práctica. Ambos viven allí en la comunidad del citado centro, realizando trabajos muy variopintos a cambio de alojamiento, manutención y algo que no llamaré aquí sueldo porque no lo es, pero sí pequeña ayuda económica para satisfacer los niveles básicos de necesidad. Primero llegó Janos, y después Arpad, y hoy llevan ya más de quince años viviendo de esta manera. Recuerdo que en esos dos días compartiendo vivencias me mencionaron la poca necesidad que tenían de cosas materiales, y lo felices que se sentían con muy poco. Me cuesta reproducir aquí las palabras exactas con las que argumentaban esa forma de vivir, pero la serenidad y calma con la que me hacían aquellos comentarios la tengo grabada muy dentro.

Con Janos (izda) y Arpad (dcha) en Villafranca del Bierzo. Agosto 2009

Desde aquel encuentro, y debido precisamente a la huella que me dejaron, nos hemos visto otras dos veces. La primera, hace dos años, a su paso por Salamanca mientras recorrían de nuevo el Camino de Santiago, esta vez por la Vía de la Plata desde Sevilla hasta Santiago. Viajé hasta allí con Szilvia, mi media naranja magiar, y compartimos con ellos una agradable comida en el mismo centro histórico de Salamanca durante la que recordamos muchas anécdotas de nuestro primer encuentro, pero también escuchamos otras nuevas que les habían sucedido durante esta nueva aventura. Janos nos contó cómo una mañana había metido una pesada piedra en la mochila de su compañero Arpad y cómo éste fue quejándose durante varios kilómetros de lo lento que se sentía ese día hasta que Janos no puedo aguantarse la risa (tampoco pudo mientras contaba la historia) y le contó la razón de su lentitud, o cómo a veces tenían que desviarse algunos kilómetros para evitar cruzar alguna dehesa con toros posiblemente mansos, pero a los que por si acaso, evitaban a toda costa, por no hablar de los muchos y variados encuentros con perros amistosos y no tan amistosos...
Fue un reencuentro realmente especial, y que desgraciadamente se me hizo muy corto. La simplicidad de estos chicos, dicho en el mejor de los sentidos, unido a su contagiosa alegría e incluso a veces un cierto grado de inocencia, hace que desprendan una energía positiva de la que no quieres desprenderte nunca. Y así transcurrió esa comida en Salamanca, un año después de aquel susto nocturno en tierras leonesas.

Debo parar un momento aquí esta crónica y hacer un inciso para comentar que no mantengo casi contacto alguno con Arpad ni con Janos desde que hicimos juntos parte del Camino, debido principalmente al hecho de que ellos apenas usan el móvil, muy poco el email, e ignoran por completo las redes sociales. Las dos ocasiones que nos hemos vuelto a ver, ha sido gracias a un único y breve email que me enviaban de manera puntual mencionándome que pasarían de nuevo caminando por España, y me indicaban las fechas aproximadas y un número de móvil donde localizarles por si existía la posibilidad de vernos. No hace falta decir que las dos veces he hecho todo lo posible por mover planes, cambiar agendas y todo lo que hiciera falta para encontrarme de nuevo con ellos.

Y efectivamente así ha vuelto a ocurrir este pasado domingo, segunda vez que nos hemos vuelto a ver tras el Camino. Esta vez ha sido en Comillas, y este nuevo reencuentro es lo que me ha empujado a escribir estas líneas sobre ellos.
Esta vez están haciendo el Camino del norte, una de las muchas vertientes del Camino a su paso por España. Hasta donde yo sé, el Camino del norte es bastante duro, más que el Camino francés. Pero seguro que si os cuento que esta vez vienen caminando desde Holanda (donde viven), que partieron de allí el 1 de Abril y que llevan caminados casi 2.500 kilómetros, estoy seguro de que podéis haceros una idea más clara de la increíble aventura que están viviendo estos dos locos pero geniales húngaros.
Como digo, partieron de Holanda, muy cerca de la frontera con Alemania y Bélgica. Tan cerca, que en el primer día pisaron tierras de los tres países. Tras atravesar Bélgica durante una semana, y no sin alguna dificultad para encontrar alojamientos para peregrinos, en vez de seguir hasta España por la vertiente occidental, que hubiera sido lo más lógico, decidieron desviarse y dirigirse hasta Le Puy en Velay, para retomar allí uno de los caminos europeos originales más importantes de peregrinación hasta Santiago. Esto les obligó a cruzar el macizo central, y encontrarse con nieve y gélidas temperaturas con las que no contaban, y con las que sufrieron en algún caso mucho más de lo previsto, y confieso que en este tramo de la historia, me dio la impresión de que no quisieron contarme mucho más, de lo que deduzco que lo pasaron un poco mal.
El paso por Francia les dejó en cualquier caso multitud de anécdotas, muchas de ellas relacionadas con el alojamiento. En muchos pueblos pequeños les atendía directamente el alcalde, que después de hablar con el cura y con el maestro del pueblo, siempre encontraba un lugar para dar cobijo a tan singulares huéspedes, bien fuera en la iglesia, bien en la escuela. Nos contaron que siempre que se vieron en situación de apuro o necesidad, hubo alguien que les prestó la ayuda necesaria. Creo que también llevaban su ángel de la guarda particular. También contaron que aprendieron cuatro frases en francés, pero las llevaban tan bien aprendidas, que cuando las pronunciaban ya nadie se daba cuenta que no sabían francés, y a partir de ese momento todos se dirigían a ellos en esa lengua, haciendo inútiles las posteriores explicaciones en inglés para excusarse por no entender absolutamente nada.
De nuevo, como hacía dos años en Salamanca, la comida discurrió entre risas y más anécdotas, y de nuevo volví a sentir esa energía que desprenden estos chicos y que te envuelve. Y de nuevo he sentido una cierta envidia, no lo negaré. Finalmente, porque todo tiene su final, nos despedimos una vez más, con un abrazo que esta vez, por alguna razón que no llego todavía a comprender, me emocionó infinitamente más que en ocasiones anteriores.
Tres años después, con Janos y Arpad en Comillas. Junio 2012.

Decía Charles Dudley, un novelista americano, que “la sencillez consiste en hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario”. Si hubiera que añadir una foto a la frase, añadiría la de Arpad y Janos.
Esto es todo por hoy amigos.
No olvidéis ser felices.

jueves, 14 de junio de 2012

Cuando Frodo encontró a Patxi

Si no hay ningún contratiempo de última hora que me lo impida, este sábado recorreré por tercera vez la Travesía del Valle de Ezcaray, una marcha hecha por y para montañeros, de una cierta dureza, aunque esto de la dureza siempre es relativo y depende mucho de quién, cómo y cuándo lo cuente. Si me preguntáis al final de mi primera marcha, allá por el mes de junio del 2009, hubiera dicho que Frodo lo tuvo mucho más sencillo para llegar a las puertas de Mordor…

Así que, como ya podéis entrever en estas líneas, mi intención no es hablaros hoy de lo que vaya a hacer este sábado (¡qué ganas tengo ya!), sino de aquella primera experiencia con la montaña, y posiblemente el germen para todas las demás aventuras a pie que han seguido detrás.

“Es una ruta por un valle”. Con estas palabras - o unas muy similares - me animaron mis primos a apuntarme a este desafío. Claro, uno escucha y lee la palabra “valle” y lo primero que le viene a la mente es una pradera idílica llena de flores, donde la paz es sólo perturbada por Pedro llamando a Heidi en la lejanía. Visto así, he de deciros que sonaba estupendo. Jornada de paseo matinal, cantimplora y sándwiches, unas risas compartidas, contemplación de la naturaleza... Un gran plan.
Las dudas comenzaron poco después, cuando recibí una información complementaria – pero al parecer no imprescindible - que me habían omitido previamente. “Oye, no recuerdo si te comentamos que son 42 kilómetros”. Vaya, la cosa ya sonaba un poco peor, y la llamada de Pedro a Heidi se escuchaba ya mucho más débil. En cualquier caso, a pesar de la distancia, ¿qué problema podía haber en atravesar una llanura de tierra entre montes? (porque esa y no otra es la definición exacta de “valle” en el diccionario de la RAE). Quizás hubiera que tomarse las cosas con más calma, pero aún así, seguía siendo un buen plan de fin de semana.
A pocos días para la fecha del evento, se completó el círculo, y me informaron de un detalle que había pasado por alto, el perfil del recorrido, como el que justo antes de firmar un contrato se da cuenta de esa letra pequeña a la que nadie hace caso, y que curiosamente siempre contiene la parte más intrincada y amenazadora que hace a uno sudar la gota gorda antes de estampar la firma final. Y sí, esta vez era también exactamente así. El perfil era, sin duda, la peor parte de este contrato…




Sí, lo sé, a alguno de vosotros quizás os parezca exagerado, pero llegados a este punto de la historia, he de deciros que aunque en los últimos dos años he caminado mucho por la montaña, os aseguro que me parezco a un montañero lo que un huevo a una castaña, y que hace cuatro años, la cumbre más alta que había coronado era la torre del Alcázar de Segovia, que ya me parecía en cualquier caso de máxima exigencia… De todas formas, y en defensa de mis primos, diré que todavía tuve tiempo para echarme atrás al conocer los “detalles” de la marcha, pero no lo hice. Orgullo o estupidez. Posiblemente ambas, o quien sabe, el efecto wanderlust haciendo de las suyas.

El caso es que sin saber muy bien ni cómo ni porqué, me encontré un sábado del mes de junio a las siete y media de la mañana en el hermoso pueblo de Ezcaray, rodeado de casi mil montañeros – de los de verdad, no del Decathlon – y firmando en el control de salida mientras revisaba de nuevo con incredulidad un perfil como el de la etapa reina del Tour de Francia. Así pues, cual Frodo con la Compañía del Anillo, partimos desde Hobbiton para abandonar los límites de La Comarca y adentrarnos en lo desconocido...

Lo cierto es que pese a no haberme preparado y  no tener el tendón de aquiles en las mejores condiciones, los primeros kilómetros me resultaron extremadamente agradables. La temperatura fresca pero sin llegar a sentir frío, ayudaba a sobrellevar las primeras horas de recorrido, y el ritmo, lento en los primeros compases debido a la marabunta de montañeros que recorrían en fila india los estrechos senderos, hacía presagiar una marcha tranquila.
Pero claro, en estos casos, pasa lo que tiene que pasar. Uno se ve rodeado de un ambiente de euforia, el clima ayuda, tus primos se animan... Sí, lo confieso, del kilómetro diez al dieciséis me vi poseído por el espíritu de Jesús Calleja, y en vez de ahorrar fuerzas, me temo que las malgasté, incluso adelantando en ocasiones al resto de participantes cual coche de carreras, abandonando el sendero y volviendo a él continuamente (lo que molestaba sobremanera a muchos, que no obstante tenían la suficiente experiencia como para saber que la venganza es un plato que se sirve frío).   

Al llegar al kilómetro veinte, y después de los dos primeros puertos, se puede decir sin lugar a dudas que mis condiciones ya no eran las mejores, y que Jesús Calleja había abandonado mi cuerpo. El tendón había comenzado a dolerme, aunque las piernas todavía respondían medianamente bien. Y en los controles de avituallamiento, no sé si por cansancio o por la creencia de que me ayudaría a caminar más y mejor, arramplaba con todo. Bebida, fruta, más bebida… Creo que incluso me habría comido un par de polvorones de haberlos encontrado. Ni que decir tiene que aquellos montañeros molestos, ya habían empezado a pasarme de nuevo, no sin cierta sonrisa malévola.
Y así continué, caminando cada vez más lentamente, pero todavía disfrutando de un paisaje absolutamente abrumador. Algunas nubes bajas hacían todavía más impactantes las vistas del valle y del resto de montañas. Atravesando esas nubes, a algunos kilómetros de distancia, y ya bajando el siguiente pico, se podían divisar a lo lejos a los primeros clasificados, que aunque pueda parecer increíble, hacían la marcha corriendo.

De esta manera fueron discurriendo los kilómetros, cada vez más despacio, cada vez más dolorido, cada vez más ausente y ensimismado en no sé qué pensamientos que al menos, a ratos, me hacían olvidarme de los pinchazos y calambres que de vez en cuando me martirizaban. Y así llegué, con el depósito ya en la reserva, al kilómetro treinta, después de haber alcanzado la cima de otros dos picos de impresión.

Os diré que no disfruto con el sufrimiento, pero no negaré que encuentro en estos desafíos a los límites de la resistencia un extraño placer. Si embargo al llegar a ese punto era tal el dolor que sentía en la piernas que el placer no lo encontraba por ninguna parte. En aquel momento, los hasta hace unas horas impresionantes paisajes se habían convertido en las oscuras Tierras de Mordor, y los pocos – por no decir prácticamente ninguno - montañeros que quedaban aún detrás, eran para mí como espectros vagando en el limbo. Muy a mi pesar, la marcha había terminado para mí.

Pero en esos momentos, en los que el único sentimiento ya es abandonar y rendirse, es cuando a veces ocurren las cosas más extraordinarias. Y ésta, precisamente, es la parte de la historia que realmente hoy me interesa contaros. Porque fue en aquél preciso instante cuando, como surgido de la nada, apareció Patxi. Un hombre de baja estatura, cerca de la cincuentena, complexión fuerte, gruesas y poderosas piernas, y sobre todo, bajo unas enormes cejas, una expresión bonachona de las que siempre reconforta encontrar.  

 - ¡Aupa! - fue lo primero que soltó.
A duras penas alcé la cabeza simulando educadamente un saludo.
- ¿Como vas? – me insistió con un inconfundible acento vasco.
- Jodido, lo dejo aquí – le respondí con la garganta reseca.
- No hombre, no. Yo te acompaño hasta la meta. Ya verás como llegamos - repuso él con un tono afable pero al mismo tiempo enérgico.
Volví a hacer un gesto con la cabeza, esta vez dando a entender que agradecía su gesto pero que me quedaba, que no podía más, y con la mano le indiqué que podía seguir su camino.
- Que no. Que voy contigo. Descansamos un poco ahora y seguimos – me insistió dando a entender que no aceptaría un no por respuesta.

Es difícil de explicar aquí y ahora cómo, pese al dolor y mi convencimiento de que debía abandonar, decidí hacer caso a aquel hombre y continuar. Ciertamente no hubo más explicaciones. Ni el me las dio, ni yo se las pedí.

Tras un descanso, se puso a caminar a mi lado tal y como me había dicho, y así, muy poco a poco, fui recuperando el aliento, incluso la sonrisa en algunos momentos, que se me había borrado por completo desde hacía unas horas. A paso extremadamente lento, pero animado constantemente por Patxi como si se tratara de un aficionado al ciclismo alentando a su corredor favorito, seguí avanzando kilómetro a kilómetro en dirección a la meta, que aunque ya no lo veía como un imposible, seguía sin tener nada claro si realmente podría llegar. Reconozco que el hecho de tener que abandonar también me había dolido en ese estúpido orgullo que a veces tenemos las personas, y que el hecho de encontrarme aún en la ruta ayudado por este sorprendente ángel de la guarda me había insuflado unos litros extra de gasolina para poder seguir caminando.
Aunque me pareciera increíble, Patxi mostraba una paciencia infinita, sin un solo gesto de contrariedad, a veces charlando conmigo, a veces en silencio, pero tal y como había prometido, siempre a mi lado de manera absolutamente desinteresada. Si yo paraba, él paraba. Si caminaba más lento, él lo hacia también, yendo siempre un pasito por delante haciendo de liebre que marca el paso (aunque esta vez sería más propio decir haciendo de tortuga). Los últimos kilómetros sufrí varios calambres que sin embargo no impidieron que siguiéramos avanzando, ya por caminos descendentes y más suaves, esta vez sí, hacia el valle.

No puedo contar mucho del último tramo que hicimos. Probablemente anduvimos los últimos kilómetros sin hablar para reservar fuerzas, o al menos las mías, y finalmente nueve horas y veinte minutos después de la salida, Patxi y yo entrábamos en la meta, mientras me levantaba la mano en un divertido gesto, momento que quedó inmortalizado en esta foto que os muestro aquí como homenaje a este vasco formidable.



Hay poco más que contar. Nos despedimos poco después de la misma forma que nos habíamos conocido, de manera breve, pero no sin antes agradecerle varias veces su ayuda. Tras la despedida, y con algo de cojera, pude recoger el diploma que daba fe de la gesta y calzarme unas ricas patatas a la riojana (servidas como premio a todo el que llega a la meta), pero mientras acababa la última patata, me entró una increíble tiritona en todo el cuerpo que me obligó a meterme en la cama ayudado por mis primos (que por cierto llegaron mucho antes y en mejores condiciones que yo, pero esa es otra historia… ).

Y esto es todo amigos, o casi, porque antes de acabar la historia confesaré, no sin cierta vergüenza, que aunque caminé con él unas cuantas horas, aunque mantuvimos cortas pero interesantes conversaciones, y aunque coincidí con él al año siguiente en la misma marcha, no soy capaz de recordar su nombre. Sí, así es. Mi maldita memoria me ha traicionado una vez más. Así que podía haber sido Iker, o Unai, o simplemente Juan, pero al final decidí llamarle Patxi en esta historia que espero, al menos, os haya mantenido pegados a la pantalla del ordenador por un buen rato.

Había un anuncio en la tele que decía que el ser humano es maravilloso. Coincido plenamente. Maravilloso y a veces capaz de lo peor, pero también de lo mejor, y eso me hace inmensamente feliz.

Hasta la próxima.

sábado, 9 de junio de 2012

El efecto wanderlust

¿Por dónde empezar? Resulta mucho más difícil de lo que pensaba este asunto de plasmar los pensamientos en palabras escritas. Para ser honesto con vosotros, os diré que no tengo mucha experiencia en esto de escribir, exceptuando claro está, las docenas de emails que envío a diario, pero me temo, y lo puedo confirmar después de varios días sentado al teclado para completar estas primeras líneas, que no es lo mismo decirle a un cliente que su pedido no llegará a tiempo – materia en la que soy un experto - que organizar los cientos de ideas que cruzan cada día la regadera que tengo por cabeza, y reproducirlas ordenadamente y con cierto sentido en un blog.
Ojo, que hay emails que podrían entrar en la categoría literaria del realismo mágico, y cuya recopilación podría dar lugar a un volumen de cuentos cortos digno del mismísimo Borges, por no hablar incluso de la candidatura a un Nobel, pero eso es otra historia.

En fin, amigos (os llamaré así si me lo permitís) , voy al grano o los cientos de miles de lectores de este blog me abandonarán en esta primera entrega…

La verdad es que no recuerdo con precisión cuando empecé a notarlo. Quizás hace unos tres años, aunque si lo pienso fríamente, posiblemente mucho más. O quizás siempre estuvo ahí, como esa tienda de la esquina que lleva toda la vida en el mismo sitio, pero en la que sólo te fijas de repente una mañana después de muchos años, y desde entonces la observas todos los días con incredulidad preguntándote cómo es posible que nunca antes te fijaras en ella.
Sí, seguramente ha permanecido ahí desde el principio, pero es sólo ahora, en estos últimos años, cuando las sensaciones son cada vez más fuertes. Es ahora cuando parece que empiezo a realizar y cumplir los deseos que habían pululado por mi mente durante tantos años. Bueno, no todos exactamente, sólo unos cuantos, porque para ser una estrella de la música country voy con un poco de retraso y además estoy en el país equivocado,  pero por lo demás, los anhelos van siendo satisfechos, eso sí, poquito a poquito, que las prisas no son nunca buenas consejeras, y si algo tiene de peligroso esta mágica afección, y que hay que aprender a controlar – no obligatoriamente - , son las ansias de abandonarlo todo y dedicar tu vida a recorrer el mundo y convertir todos esos deseos en realidad, lo cual, evidentemente, tiene también sus riesgos.

El caso, amigos, es que el efecto wanderlust me tiene atrapado por completo y, aunque no sé lo que durará, intentaré exprimirlo al máximo. Quién sabe, puede que ya no se vaya nunca, o que se vaya tal y como vino. De todas formas, empiezo a ver a mi alrededor a otras personas con síntomas similares, lo que me hace pensar que no estoy solo y que este maravilloso virus es contagioso...


¿Y por qué compartir todo esto en un blog público? Buena pregunta para la que no tengo una respuesta clara, aunque intentaré resumirlo en tres razones fundamentales. La primera, es porque me gusta compartir. Así de sencillo. Está en mi genética y no es necesario buscar explicaciones más profundas. Los que me conocéis lo sabéis. Además, es que en estos tiempos tan complicados, llenos de caras largas – por otra parte, más que justificadas - , considero casi obligatorio que aquellos enormemente afortunados a los que las cosas nos van más o menos bien, procuremos no quejarnos - sobre todo por respeto a los que realmente les está yendo mal - , mantengamos la sonrisa y, por qué no, tratemos de imbuir algo de optimismo alrededor nuestro, que falta hace. Y compartiendo este blog, puede que al menos en el tiempo que lleva leerlo, os olvidéis por un instante de las muchas preocupaciones que rodean nuestra vida cotidiana y os sintáis cómplices aunque solo sea por un momento de las cosas que se cuenten aquí. Esta es una de las razones por las que quiero compartir mis experiencias y reflexiones con vosotros. Pero también, y ésta sería mi segunda razón, porque escribir es una de esas aspiraciones ocultas que antes comentaba que van despertando lentamente en mi interior, y que por vergüenza, timidez o simplemente por cuestión de tiempo y paciencia, había quedado sepultada bajo una pesada losa (con la salvedad de aquellas crónicas peregrinas que compartí con algunos de vosotros hace un tiempo, y de las que algún día hablaré aquí).

Tampoco nos engañemos, porque no todo es altruismo y generosidad, y aquí viene la tercera razón. No olvidemos que en en el acto de compartir existe siempre una dosis – a veces inconsciente - de egoísmo. Siempre he pensado que todos los escritores al hacer partícipes a los demás de algo propio, esperan en mayor o menor medida - aunque no lo admitan nunca - un cierto grado de reconocimiento que alimente su ego, y eso mismo probablemente me ocurrirá a mi con este blog, pero estoy seguro de que esta parte sabréis perdonármela.

Desde aquí viviréis el efecto wanderlust en primera persona, encontraréis sobre todo ganas de vivir y optimismo en historias personales contadas en pequeñas dosis, a veces diarias, a veces semanales, y quién sabe si a veces, abatido por mi inseparable amiga “la pereza”, algo más distanciadas en el tiempo. En algunas ocasiones, y debido a mi carácter variable ya conocido por algunos, es posible que repentinamente mi tono se vuelva extraño, melancólico o simplemente un coñazo, momento en el que agradecería enormemente que alguno de vosotros me recordara cual era el propósito principal de este blog.

¿Y de qué voy a hablar? Bueno, hablaré de viajes, de experiencias, de personas, y de todo lo que se me ocurra. Hablaré de soñar, viajar, comer, caminar, saltar, reir, llorar, amar, compartir, escribir, leer, cantar, bailar... Quién sabe.  En fin, a estas alturas ya poco más tengo que decir.

¡Qué comience el blog!