domingo, 15 de julio de 2012

Durmiendo en la pole position


Sábado 14/07/12. St. Dogmaels.

Os escribo ya desde St Dogmaels, a tan solo 50 metros del monolito que marca el punto de partida del Pembrokeshire Coast Path National Trail, y desde donde mañana domingo comenzará este reto personal. Todavía no ha anochecido, pero en unos minutos me iré a la cama para estar bien descansado mañana, porque aunque apenas he caminado unos cientos de metros estos dos días, tanto tren, avión, metro, autobús, etc, me han dejado exhausto. La verdad es que, como ya os dije aquí el jueves antes de partir, llegar a esta zona es más complicado de lo que parece. Si te paras a pensar, al fin y al cabo estoy en Europa, pero a estas alturas habría podido llegar a Vietnam - por poner un ejemplo - y estaría ya por el tercer rollito de primavera... (o lo que se coma por aquellas latitudes que sin duda algunos de vosotros que sé que habéis estado allí me lo podría decir bien). Lo único bueno de pasar tantas horas en el tren es que me ha permitido ir escribiendo esta primera crónica tranquilamente. Las próximas me temo que serán mucho más cortas.

Centrándome ya en el viaje, he de decir que comenzó realmente bien en la misma estación de Valladolid, porque me encontré al llegar y por pura casualidad a un buen amigo - y grandísima persona - a la que pude dar un sentido abrazo antes de partir. Este tipo de cosas siempre alimentan el espíritu. Justo después, y minutos antes de coger el tren, apareció por
allí Manuel Gutiérrez Aragón, un conocido director de cine español y también novelista. Lo reconocí fácilmente por el cartel del taxista que le esperaba y que ponía "Manuel Gutiérrez Aragón". Ya sabéis que no dejo pasar ni una pista por alto... No es Valladolid una ciudad donde precisamente abunden caras reconocibles, pero en lo relativo al séptimo arte, sin duda
es una de las ciudades de referencia por su Semana Internacional de Cine. Y después de un poco de publicidad gratuita de mi ciudad, vamos al grano.

Ya en Madrid la cosa fue muy distinta y el color del viaje cambió un poco. En primer lugar, aunque ya lo había leído hace semanas en la prensa e internet, fui testigo de la barbaridad de la subida de precio del billete de metro. No me extrañan nada las protestas y pintadas que hubo en la capital por este tema. Es un abuso. Esto no es Londres, entre otras cosas porque el sueldo medio del español es menos de la mitad que el de un británico por tanto no se puede pretender que ambos paguen lo mismo por el transporte más usado. Reflexiones y cabreos aparte,  una vez en el aeropuerto, malas noticias de nuevo: retraso de una hora en la salida del
avión. No es nada nuevo, pero no por ello se hace menos duro. Llegados a este punto empecé a notar un leve dolor de cabeza aunque equivocadamente pensé que pasaría al despegar el avión. Lejos de eso, fue creciendo poquito a poco... Pero os lo cuento luego.

Ya dentro del avión, esta vez no tuve opción, y aunque soy un auténtico experto en estas lides, la negociación con el "azafato" fue un rotundo fracaso y no pude sentarme en las espaciosas salidas de emergencia, donde al menos no te sientes como sardinas en lata. Quizás muchos lo sabéis pero para los que no lo saben, todas las compañías de bajo coste te cobran en su página web por sentarte en estas filas. Cuando entras al aparato, estos asientos aparecen con un cartel de "reservado", y la tripulación de cabina, como si se tratara de Sergio Ramos o Gerard Piqué, defiende los asientos a muerte (doy fe), aunque la mitad de ellos queden casi siempre vacíos. Y aquí es donde entran invariablemente en juego mis dotes comerciales y la sonrisa de simón el simpaticón para intentar que, apiadándose de mi altura y con cara de no haber roto nunca un plato, al final me dejen sentarme en estos ansiados sitios. Podría decir sin falsa modestia que he sorteado la férrea defensa de los equipos al menos en el 50% de las veces. Pero esta vez, el equipo de azafatas jugaba con un cerrojazo al estilo Clemente, y mi sutil toque de balón fue completamente inútil.

Así pues, y con mi dolor de cabeza "in crecendo", aterrizamos en Stansted con una hora de retraso. Tras un cambio de euros por libras (¡madre mía qué ruina!) y una buena hamburguesa, de nuevo un tren hasta el centro de Londres. Nunca había prestado mucha atención al paisaje en estos 45 minutos de  ruta que llevan desde el aeropuerto hasta Liverpool Street, pero esta vez sí lo hice, y me pude fijar entre otras cosas en una carrera de karts que corrían a una velocidad endiablada, vi numerosos canales navegables con esclusas llenos de botes amarrados a las orillas, algunos polígonos industriales (que a veces también tienen su encanto aunque sea difícil) y finalmente los habituales Sainsburys, Tesco... Nada del otro mundo pero el viaje se me hizo cortito.

Londres me recibió, cómo no, con lluvia. No muy fuerte, pero lluvia al fin y al cabo. Mientras me dirigía al metro, pude ver que la ciudad está completamente decorada con motivos de los Juegos Olímpicos, o mejor dicho de las marcas publicitarias que los patrocinan. Sinceramente no estoy convencido que estén preparados para ello. Los transportes, principalmente el metro, no acaban de funcionar bien, y no me quiero imaginar la marabunta de gente que habrá en esta urbe de aquí a dos semanas. Después pude escuchar en la BBC a través de la televisión del hostal que efectivamente el transporte es una de las mayores preocupaciones en estos momentos para la organización.



Ya en el hostal, al que llegué ayer viernes alrededor de las 10 de la noche, el dolor de cabeza seguía martilleando con fuerza y había alcanzadosin duda su punto álgido. Creo que la mezcla de nervios de los días anteriores, las ganas de llegar, y tantos transportes me habían dejado muy tocado, así que fue el momento de tomar las dos primeras aspirinas del viaje, que tragué como si me fuera la vida en ello. A la media hora el dolor había remitido un poco, y mientras veía en la tele un poco de Batman Begins, Gladiator y Agora al mismo tiempo (I'm a zapping master), el martilleo fue desapareciendo del todo. Por la noche pude descansar, no muchas horas pero sí profundamente a pesar del edredón. Uno de estos días os hablaré largo y tendido sobre mi opinión del poco útil e incómodo estilo europeo de no utilizar sábanas y tan sólo un único edredón, y el confortable - además de práctico - estilo español de "capas de cebolla".
Vaya, se me ha notado un poco de subjetividad del comantario…

Hoy, el segundo día de viaje, ha resultado mucho más agradable. Tras un poco de confusión al principio en la estación de Paddington con tantos destinos y líneas, al final todo ha sido mucho más fácil de lo que parecía.



Las cuatro horas en tren han sido fantásticas y sobre todo muy tranquilas. Bonitos paisajes y asientos sorprendentemente cómodos, aunque he echado de menos alguna charla. Mi compañero de viaje, un hombre de unos 65 años, Financial Times en mano, libro sobre las grandes rutas de los trenes británicos y aspecto de auténtico gentleman, no parecía muy interesado en mantener una conversación, y yo, tampoco soy de esos pesados (que los hay)
que empiezan a hablar aunque el de al lado no tenga ninguna intención de entablar conversación. Finalmente se ha bajado en Cardiff, y yo he seguido en el tren hasta Carmarthen ya sin compañero de asiento. 



Al bajar del tren he vivido una situación absolutamente surrealista. He preguntado a una señora que también venía en el mismo vagón si sabía dónde estaba la estación de autobuses. La señora, posiblemente más cerca de los 70 que de los 60, me ha dicho muy amablemente que la siguiera, que ella íba en la misma dirección. Y a partir de aquí, ha sido como un sprint de cinco minutos. La mujer ha empezado a caminar a una velocidad que, yendo yo al trote, casi no podía seguirla. Al llegar a un semáforo en rojo, en vez de esperar y pulsar el botón para peatones, me ha mirado y ha dicho "¡vamos!", y ha empezado a cruzar a la carrera entre los coches. Y así hasta el final.  Aún no sé cómo he llegado vivo a la estación de autobuses...

Y si la carrera a la estación ha sido de locos, el viaje de hora y media en autobus (no autocar) ha sido ya la traca final. Imaginaros a Sebastian Loeb corriendo el Rally de Córcega pero conduciendo la línea de bus que va a la Plaza Mayor por las estrechas carreteras del corazón de gales. Ha sido tremendo. Eso sí, admito que he disfrutado como un niño... 
El último tramo de un par de kilómetros desde Cardigan hasta St Dogmaels lo he hecho ya caminando, para ir tomando la medida de lo que me espera los próximos días. El clima es perfecto para caminar. Alrededor de los 16 grados, y algo nublado. Dicen que mañana espera un buen día, y el resto de días no se sabe, porque aquí pronosticar más de 24 horas es imposible. Al final he llegado al B&B alrededor de las cuatro de la tarde, y después de
una buena ducha y de la siempre desagradable tarea de lavar la ropa a mano, he salido a dar un paseo y después, un poco más tarde, a cenar en un pub local, justo enfrente de mi habitación, del que acabo de regresar. Las sensaciones son extrañas. me ocurre como mi primera noche hace ya tres años comenzando el Camino de Santiago en el que me preguntaba qué demonios hacía allí. Y después todo fue genial. :)  



Nada más por hoy. Desde este alojamiento de la foto llamado Argo Villa, el más cercano posible a la línea de salida, y esperando llegar mañana a Newport sin novedad, os envío saludos, besos y abrazos a todos los seguidores del blog, y a los que no lo siguen también, faltaria más.

Como dice la persona con la que os dije en las primeras líneas me encontré al comienzo de este largo viaje de dos días… ¡Sed felices!


2 comentarios:

  1. El Principe de Bel Air16 de julio de 2012, 8:56

    Bonjour Will,
    Siguiendo tus comentarios, decirte, que como hace 3 años, estamos listos para seguir tus andanzas a diario !!!! y sobre todo .....no nos falles.
    Jazz

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bonjour Jazz,
      Me alegra tener ahí a uno de los más fieles seguidores de esta aventura, aunque no coincidamos en la banda sonora de la misma... ;) ¡No fallaré!

      Eliminar