domingo, 16 de diciembre de 2012

Nueva York en la memoria, 17 años después...


Hace unas semanas, exactamente el 15 de Noviembre, se cumplieron 17 años de mi primer y único viaje a Nueva York, la autodenominada, no sin razón, capital del mundo. Era 1995, y fue también, a pesar de los numerosos y muy diversos viajes que hice posteriormente y hasta el día de hoy, la única vez que he cruzado el gran "charco".
 
Recuerdo con especial cariño y sobre todo con añorada nostalgia aquel viaje. Y no sólo por el viaje en sí mismo, sino por la forma tan espontánea en la que surgió la idea, y sobre todo por la persona con la que compartí aquella pequeña locura, mi buen y viejo amigo Suso, así como por la forma tan metódica en que preparamos aquella aventura en unos tiempos en los que aún no había internet como lo conocemos hoy. Para haceros una idea, la reserva del hotel (un albergue YMCA), la hicimos llamando por teléfono desde una cabina de la Plaza Mayor de Valladolid. Si cierro los ojos ahora mismo nos veo a Suso y a mi junto a la cabina de monedas, con un inglés extremadamente limitado, preguntando por el auricular si alguien por allí hablaba español (con la enorme fortuna de que así fue).
 
Las calles, los monumentos, los metros que debíamos coger, los museos que queríamos visitar, y todo el plan de viaje lo fuimos decidiendo sobre un mapa gigante de Nueva York que montamos con más de veinte fotocopias A4 de trozos de mapas de una guía de la biblioteca municipal. Me entra la risa floja cuando me acuerdo de aquella "sábana", cuyo montaje fue una labor de chinos, pero cuya apertura para marcar lugares y rutas y vuelta a doblar y cerrar era trabajo todavía mucho más titánico...
 
El caso es que unas semanas después, nos plantábamos en Nueva York al estilo Paco Martínez Soria, salvando evidentemente las distancias ya que nosotros no llevábamos gallinas. No hace falta decir que fueron nueve días fantásticos que aprovechamos hasta la extenuación, y que al escribir estas líneas afloran cientos de recuerdos y anécdotas que llenarían varias páginas.
 
El primer recuerdo que tengo es el de grandes columnas de vapor saliendo de alcantarillas y rejillas por toda la ciudad, como en las películas que había visto tantas veces con Nueva York de fondo. A eso siguieron las primeras vistas de los rascalielos, los taxis amarillos, la quinta avenida...
 
 
 
 
Las Torres Gemelas lucían en todo su esplendor sin que los neoyorkinos imaginaran ni por un momento la tragedia que ocurriría años después. Su imponente silueta dominaba el skyline de la ciudad, y las vistas desde su terraza en la azotea eran absolutamente imponentes, como dan buena fe las pocas y viejas fotos que conservo de aquel viaje.
 
 
 
 
 
 
 
Hago aquí un inciso porque el tema de las fotos fue una de esas cosas que no se olvidan. Recuerdo perfectamente que compramos cinco cámaras de usar y tirar. La compra de aquellas cámaras de la ya casi desaparecida y en quiebra Kodak, fue en aquellos momentos la solución más cómoda y barata para dos veinteañeros que viajaban con no muchos recursos. Todavía oigo ese ruido de carraca cuando movías la ruleta para pasar el carrete y dejar la cámara lista para la siguiente foto. Ciertamente, nunca pudimos imaginar que de las cinco cámaras sólo se salvarían los carretes de dos de ellas (uno de fotos panorámicas). Para nuestra enorme decepción y frustración, al llegar a España tres de los carretes salieron completamente velados. Nunca supimos por qué, pero bien mirado, la verdad es que pudo ser peor, y al fin y al cabo ahora, 17 años después, podemos mostrar esas pocas fotos que se salvaron a los amigos, o incluso sacar algunas de ellas a la luz en este blog.
 
Aparte de este contratiempo, el resto del viaje fue una experiencia única e irrepetible. Central Park nos dejó mudos. Jamás habíamos visto un parque de tal extensión, ni un lago que se parecía más a un mar que a una laguna. Ni habíamos visto praderas y avenidas de tal tamaño. Ni una pista de patinaje sobre hielo como aquella, que superaba con creces cualquiera que hubiéramos visto hasta ese momento (si es que habíamos visto alguna antes de aquel viaje). Pasear un domingo de otoño por aquella maravilla de la naturaleza en medio de la ciudad más cosmopolita del mundo nos parecía entonces un lujo al alcance de muy pocos.
 
 
 

 
 
 
Para hacer todavía más especial el viaje, coincidió además una de las jornadas con el Día de Acción de Gracias, el día del año en que los norteamericanos se juntan con toda la familia, al estilo de lo que sería en España la Nochebuena. En el desfile por las calles de NY había más de un millón de personas, lo que lo convertía en el evento más multitudinario al que jamás habíamos acudido. Realmente espectacular, si bien es cierto que el resto del día la ciudad se quedó absolutamente muerta y vacía. Todo cerrado y ni un alma en la calle, y claro, las verdad es que primos o tíos en NY para ir a cenar pues no teníamos...

Aquel viaje fue uno de los que más me he reído en toda mi vida. Os podeis imaginar las cantidad de anécdotas que nos sucedieron a dos vallisoletanos en NY durante esos días. Esa señora que se encaprichó de la cazadora de Suso ("I like your jacket, I like your jacket"), o aquel zampabollos sentado a nuestro lado en el Madison Square Garden que necesitaba dos asientos y medio... Aquel callejón de poca confianza donde mi buen amigo se empeñó en hacerse una foto con una auténtica banda de raperos de aspecto poco amigable... Por no hablar de esos partidos jugados en la cancha de baloncesto situada en plena 4ªplanta del edificio del YMCA donde dormíamos, a los que llegábamos cada tarde agotados después de patear la urbe (yo más que Suso, que tenía, y aún tiene, mejor forma física que yo) y en los que nos dábamos unas soberanas palizas, que combinábamos con algún partido de voleyball, donde también se dió alguna anécdota que otra... O aquella mujer de la limpieza que nos empezó a gritar al estar limpiando y entrar nosotros en la habitación. Aún hoy creemos que es por el olorcillo que dejaron unas ropas sin lavar durante "unos" días. Un detalle sin importancia... ;-)


Suso (segundo abajo por la izda) y yo ( segundo de pie por la izda) en el pabellón del West Side YMCA.

En fin, ya tenía ganas desde hace tiempo de sacar esta historia (en formato muy abreviado) que me ha hecho sonreir e incluso soltar alguna carcajada mientras la escribía.

Esta entrada del blog, como no podía ser de otra manera, va dedicada al bueno de Suso. Ambos sabemos que algún día tendremos que volver por allí, y aunque cada día se vuelve un poco más complicado, todavía tenemos tiempo de sobra.

Hasta la próxima. Sed felices.
 
 

4 comentarios:

  1. Pues teniendo en cuenta que el mundo se termina la semana que viene... Iros ya!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, deberíamos irnos ya mismo, pero para 5 días, casi que busco otro plan... ;-)

      Eliminar
  2. muy bonito...pero sospecho que Kodak no tiene nada que ver con el "velo" de estas fotos y que las "velaste" tú a propósito para que no se te reconozca con 26 años.....;-))
    Mix..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Oiga, oiga usted, ¿cómo que 26?. Eso significaría que ahora tendría 26 + 17 = 43 años... No me ponga usted más años, que ya tengo bastantes... jajaja.

      Eliminar