domingo, 28 de julio de 2013

Pedacitos de Nueva York (cap.6). Como un neoyorquino más.

Sábado 27 de Julio de 2013 (y esta vez no hay dudas...)

Temperatura y humedad: el calor vuelve a apretar, pero viendo el tiempo que hay en España, donde me espera calor extremo a la vuelta, esto no está tan mal.

Lluvia: no news, good news... :)

Cuaderno de bitácora (en modo horas, minutos, y... nada más)

6:00 Imposible dormir más. Me despierto y no vuelvo a pegar ojo, así que no me queda más remedio que levantarme y darme una buena ducha. Esta vez no es por el ruido, simplemente no duermo más aunque quiera... Tenía la alarma puesta a las 7:00, pero me temo que se hace completamente innecesaria estos días. Aprovecho y me doy una larga ducha mientras tarareo "on Broadway", uno de los muchos éxitos en la carrera de The Drifters. Ni idea por qué me sale esa canción de repente, aunque al fin y al cabo, mi hotel está en la 77 con Broadway, así que pienso que el subconsciente la habrá traido, pero tampoco le doy muchas vueltas y sigo disfrutando de la ducha.

8:00 Mientras camino rumbo al Lincoln Center, y tras una parada en una cafetería a pocos metros de este enorme centro cultural, referente mundial de la opera, la danza y la música clásica, llevo en una mano un café con leche y un gigantesco blueberry muffin en la otra, que voy tomando por la calle, como muchas otras personas con las que me cruzo a esa hora. Me presento a las ocho en punto, tal y como había calculado, y con precisión de reloj suizo, en la cola. Aunque en NY hay muchos conciertos al aire libre, que este tipo de eventos tan especiales y en este "templo" sean gratuitos no es muy habitual lo que hace que madrugar para adquirir una entrada gratis sea imprescindible. Lo primero que observo al llegar a la fila es que aquí no hay turistas. Estos son puros y genuinos neoyorquinos, que han llegado bien temprano con sillas, tumbonas, y en algún caso, hasta una pequeña mesilla. En ese momento me alegro de poder estar allí de "polizón", actuando como uno de ellos y simulando ser uno más...

 

9:00. Una pareja de mediana edad que lleva a mi lado desde que llegué, me pide un bolígrafo para rellenar una hoja que han repartido para un concurso. Como una pregunta lleva a otra, y así a la siguiente, nos ponemos a charlar animosamente durante un buen rato. Descubro que son de New Jersey, al otro lado del Hudson, y aprovechando el tema, comentamos el traslado reciente del equipo de basket de la ciudad, los Nets, a Brooklyn. Al final, tras varias explicaciones de ambos sobre las razones, concluyen que "it's all about business". Me comentan que la persona que está en primer lugar en la fila, ha llegado a las tres de la madrugada. Madre mía. Mientras, el hombre me pide que le muestre la cámara, y con gusto se la dejo, e incluso le animo a que tire unas fotos, cosa que finalmente hace encantado. Después, ya más animados, comparto con ellos alguna foto del día anterior hechas por la noche en la fuente que del centro de la plaza. A uno, que es un poquito presuntuoso por naturaleza y no le importa reconocerlo, siempre le gusta que alaben su trabajo, y en este caso, cuando me felicitan por las fotos y me dicen que hay alguna que les gustaría tener en su salón, siento un subidón que tarda tiempo en pasarse.

9:30. Sigo de pie. Llevo un buen rato observando a una mujer que no puede borrar la sonrisa de su rostro. Rondará los cincuenta, pero su cara es joven, viste vaqueros, deportivas blancas de vestir algo gastadas, y una camisa de cuadros azul algo informal. Tiene el aspecto de la clase media de la gran manzana, imagino un trabajo estable, sueldo decente... Si tuviera que apostar, diría que tiene dos niños no muy mayores. Mientras espera en la cola, permanece sentada en el suelo oyendo música, y leyendo una revista de casas de campo. Cuando se finalmente se levanta, sonríe de nuevo y me dice en inglés que ya solo faltan 20 minutos, en un gesto de clara complicidad al verme ya con las primeras gotas de sudor escurriendo por mi frente. El sol, que durante la primera hora se mantenía oculto tras los grandes edificios, ha salido ya de su escondite con toda su fuerza. Comenzamos a hablar y su historia es realmente interesante. Cuando se entera de dónde soy, cambia inmediatamente de idioma y para mi sorpresa me habla en un español de claro y reconocible acento cubano. Me cuenta que sus abuelos eran de Monforte de Lemos, en Galicia, y que emigraron a Cuba. Sus padres, tras la revolución, como muchos otros cubanos abandonaron el país y se instalaron en Estados Unidos, no sin antes pasar por varios países europeos. La mujer, que se considera neoyorquina por los cuatro costados, me cuenta que lleva viviendo 22 años en Nueva York, pero que vivió en Suiza, en Inglaterra, en Italia... Realmente una historia extraordinaria que escribir aquí con detalle me llevaría horas.

10:00 Se abren las taquillas y la ahora ya interminable fila comienza a moverse muy rápidamente. Por fin llego a la ventanilla y consigo mi entrada. El madrugón ha tenido su recompensa y además tengo plaza en el patio de butacas, lo que me asegura ver el concierto en inmejorables condiciones (cosa que no podrá decir por desgracia el que le toque detrás de mi...). Esta tarde esperó disfrutar de lo lindo. Cuando salgo a la calle no doy crédito a lo que veo. La hilera es kilométrica, da la vuelta al edificio y llega más allá de donde alcanza mi vista. Sin temor a exagerar, puedo decir que hay más de 2.000 personas sufriendo ya toda la intensidad del astro rey mientras esperan pacientemente para conseguir su entrada. Teniendo en cuenta que la capacidad no llega a 3.000 personas, y que por cada persona se pueden dar hasta dos tickets, me temo que alguno se quedará sin premio tras la paliza. Ya con "mi tesoro", y después de tantos días pasando arcos de seguridad para visitar las distintas atracciones de la ciudad, me noto un poco radiactivo, pero no le doy importancia hasta que veo como sale Jim hoy en las fotos...


11:00 Llego a la que, sin duda alguna, es la mejor sorpresa urbana que me ha dado este viaje. No aparece en muchas guías, no está en el top ten de la ciudad, ni siquiera lo comenta la gente cuando vuelve de allí. Menos mal que Néstor me hablo sobre esta ruta unos días antes de salir (gracias!!). El High Line es un paseo por un parque verde elevado sobre la ciudad que transcurre por algo más de dos kilómetros en lo que era la antigua línea de ferrocarril aérea del west side industrial. Mi recomendación es cogerlo de arriba a abajo, entrando por el acceso que hay en la west 30th con la décima avenida hasta su final un poco más abajo de la calle 14. El paseo es delicioso, posiblemente una de las zonas más cool de la ciudad (con el riesgo de que esta expresión pueda sonar un tanto pretenciosa). El paseo discurre por encima de las calles y cruzando en ocasiones por el interior de varios edificios, y en numerosos tramos aún se pueden ver las vías originales del ferrocarril. Para los amantes de la fotografía está ruta es una mina. La zona, todavía decadente en algunos tramos por el abandono de viejas zonas industriales y la presencia de edificaciones desvencijados, tiene un encanto especial, y más aun cuando además se combina con la aparición de nuevas y modernas construcciones donde los arquitectos están dando rienda suelta a la imaginación. Añádase a esto galerías de arte, el mercado de Chelsea y un parque cuidado con esmero durante todo el recorrido con algunas esculturas interesantes para llegar a la conclusión de que la visita al High Line es de lo mejorcito de mi semana aquí. No pierdo vista durante el paseo de los pequeños detalles, esos de los que tanto hablo en este blog. Una pintada callejera, una escultura con forma de corazón que se ve a través de un cristal en un viejo apartamento, un estudio de pintor que sólo el zoom de la cámara me permite encontrar...

 

12:30 Al llegar al final del recorrido aéreo (tomad nota también porque recomiendo esta ruta), continuo caminando por Gansevoort St (donde hay una pintada en un muro que haría las delicias de cualquier fotografo), y continuo hasta llegar a Hudson St, por la que bajo hasta el cruce con la 8th Ave. Durante este trayecto por el West Village, ya en el entorno del Greenwich Village, veo un Nueva York diverente a todomlo visto hasta ahora. Locales de moda, tiendas . Al alcanzar el cruce con la octava tomo la calle Bleecker. Esta calle y todas las que la cruzan son definitivamente otra ciudad que no he visto hasta ahora. Cada una de las tiendas, sea de ropa, de libros, de calzado, de comida, es de un gusto refinado, y no apta para bolsillos modestos. Mientras camino muy despacio, tengo la sensación que en cualquier momento puedo cruzarme con George Clooney, éste es el tipo de barrios y tiendas que seguramente frecuenten los famosos, y no precisamente Times Square. Las tiendas, muy exclusivas, no presentan en su interior más de uno o dos clientes, lo que tampoco me extraña. Paso a paso llego a... ¡Oh no! Magnolia Bakery, donde Carrie Bradshow y sus amigas en la famosa serie de televisión compran esas cupcakes que parecen de plástico. Qué poco me gusta esta chica (lo siento Sarah, perdóname, sé que lees mi blog, pero es que te tengo mucha manía...). Sigo pasando por más y más locales, todos muy trendy (vaya, otra vez suena pretencioso). Después de un larguísimo recorrido por esta calle y sus alrededores, y tras comer un local italiano realmente agradable, decido que es tiempo de volver al hotel. Definitivamente, ha merecido la pena el paseo y si venís por aquí, no os perdáis la ruta.

14:00 De vuelta en el hotel. Escribo durante una hora el blog, porque aunque no lo creáis, esto lleva tiempo, mucho tiempo, pero lo hago con gusto. Es un momento del día en el que todo lo que has hecho vuelve a pasar por tu mente, lo que hace que el disfrute sea doble, y los recuerdos permanezcan por más tiempo en la memoria. Los ojos se me empiezan a cerrar. Creo que es hora de una buena siesta.

17:00 Tras casi dos horas de siesta, interrumpidas de ve en cuando por los puñeteros portazos de una misteriosa puerta, me doy una nueva ducha, descubro que mis ojeras van en aumento, y escribo otro poco en el blog. Una hora después, me empiezo a preparar para salir.

19:00 De nuevo en las puertas del Lincoln Center, espero unos minutos para entrar en el Avery Fisher Hall, que junto con el Carnegie Hall, son los dos templos de la música clásica en NY. Me han dicho esta mañana que no es necesario vestir especialmente elegante, que es suficiente un estilo "casual" o informal (uno siempre tiene la duda de qué significa exactamente eso...), porque el concierto es gratuito. Otra cosa sería ya un concierto de pago, que son palabras mayores... Afortunadamente, en el último momento antes de salir de España, decidí coger un pantalón largo, por si acaso. Tampoco hubiera pasado nada, aunque sí que es cierto que en general la gente que veo alrededor va bien vestida y sobre todo, no lleva pantalones "rodilleros" como los que he usado toda la semana... ;)


19:40 Comienza el concierto. Unos minutos antes, leo atentamente el programa, algo que, reconozco, casi nunca suelo hacer. El cuadernillo dice que el concierto consta de dos piezas: Mozart, Symphony No.40 in G minor, K.550 (1788), y Beethoven, Symphony No.7 in A major, Op.92 (1811). Evidentemente, no me dice nada, porque no soy ningun experto en música clásica, mas bien todo lo contrario, pero reconozco que cada vez que voy a un concierto salgo entusiasmado, y cuando leo este fragmento en el cuadernillo que me dieron a la entrada, y que reproduzco a continuación, me digo a mi mismo que algo de especial va a tener este concierto: "En el verano de 1788, en el transcurso de seis semanas, Wolfang Amadeus Mozart completó tres extraordinarias sinfonías. Nada en la biografía del compositor ha provocado más especulación y debate que el origen de esta tardía trilogía. No era habitual en Mozart crear trabajos tan sustanciales como estas tres ambiciosas y hermosamente escritas sinfonías sin tener la certeza, o al menos la opción de presentarlas en público, pero ninguna de estas justificaciones ha sido nunca hallada por sus biógrafos para esta trilogía...".

20:53 Tras más de una hora de ensueño, suenan con fuerza las notas del movimiento final de la pieza de Beethoven, un finale allegro con brio, y se acerca la apoteosis, digno colofón para un sábado memorable. Los violines, violas, violonchelos y contrabajos se mueven frenéticamente, como si fuera la última vez que tocaran en sus vidas. Los arcos, hechos de crines de caballo, golpean violentamente pero con metódica precisión todos los instrumentos de cuerda, y el sonido que producen, lleno de pasión y vida, resuena enérgicamente hasta en el último rincón de la sala. Los clarinetes, fagots, oboes y el resto de instrumentos de viento son también presa de la euforia colectiva que parece haberse instalado en la orquesta en este último tramo del concierto. Nota tras nota, siento que estos músicos van a perder la respiración, que el aire que soplan es ya de la reserva del alma. De cada instrumento salen las notas como viento huracanado. Los timbales vibran vigorosos con cada embate y su sonido completa este éxtasis que estoy teniendo la fortuna de contemplar en directo. El director, artífice de la conjunción exquisita de tanto talento, suda a raudales como los atletas que a pocos metros corren por Central Park...

21:00 Finaliza el concierto. El público se pone en pie y la ovación es atronadora. Sale el director a recibir el aplauso del público de Nueva York una, dos, y así hasta seis veces, felicitando a su vez a los músicos, y agradeciendo a Mozart y Beethoven haber escrito esas piezas tan hermosas, con un sorprendente gesto al coger las partituras y aplaudirlas él mismo.

22:30 Ya en la cama del hotel, me produce tristeza pensar que mañana me voy. Aún tendré tiempo para pasear por Central Park, porque el vuelo sale tarde, pero es será mañana, por hoy ya es suficiente...

 

 

2 comentarios:

  1. Buf....
    Que dia mas...intenso !!! Iba (evidentemente) a quedarme con los cupcakes de Carrie..pero no, finalmente este concierto tan especial por lo visto se lleva la palma...
    y...Welcome back to reality ;-))

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  2. ¡¡¡ Gracias por compartirlo con nosotros !!!.

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