No amigos, no me encontré a “Patxi” esta vez. Una auténtica lástima. Estoy
seguro que estabais tan ansiosos como yo de conocer su verdadero nombre, pero
no pudo ser. Comentaros de todas formas que esta vez acabé la marcha sin ayuda
de ningún ángel de la guarda, aunque reconozco que tampoco me hubiera venido nada
mal… Pero la marcha ya pasó, la vida continúa y en mi cabeza surgen nuevas
historias que se van haciendo un hueco para ser trasladadas y compartidas con
vosotros en este espacio digital.
Como ya os adelanté en los inicios de este blog, mi intención era hablar de
historias, de viajes, de personas... Y es este último punto uno de los que más
me motivan a la hora de escribir.
Es evidente que me gusta mucho hablar de algunas personas que he conocido
en algún momento de mi vida. Hablo de personas que de una u otra manera tienen comportamientos
o filosofías de vida que, independientemente que pueda compartir o no, me han
impactado en momentos determinados, y por ende, creo que pueden interesar a más
gente. No son perfectos, no son héroes, no pretenden ser ejemplos de nada, y
mucho menos imponer su forma de ser a nadie. Son sólo personas que aparecieron
en un tramo de mi existencia, y que dejaron impresa un pedacito de huella en mi
memoria.
Es el caso de Arpad y Janos. O Janos y Arpad, tanto monta, monta tanto…
Conocí a estos entrañables húngaros allá por Agosto de 2009, durante mis
días recorriendo parte del Camino de Santiago. Pude compartir con ellos un par
de jornadas de caminatas y albergues, y aunque reconozco que me hubiera gustado
caminar más días con ellos, una de las normas no escritas del Camino es que
cada uno debe seguir sus propios impulsos, y en aquel momento el mío era volver
a caminar sólo y conocer a nueva gente.
Aún recuerdo con una enorme sonrisa en mi cara aquella primera noche
compartiendo albergue en Villafranca del Bierzo, durmiendo en un pequeño cuarto
con tres colchones viejos en el suelo dentro de nuestros sacos. Aquella noche,
bien entrada la madrugada, me desperté y me llevé un enorme susto al ver por el
rabillo del ojo a aquellos dos húngaros sentados en sus respectivos sacos de
dormir, espalda apoyada en la pared, ojos cerrados, expresión vacía… Os aseguro
que salté de mi colchón como si fuera una cama elástica y se me dispararon las
pulsaciones del corazón. Tardé aún varias horas en recibir explicaciones y comprender
que aquello que había visto no era más que un ejercicio de meditación, hecho,
eso sí, a unas horas ciertamente intempestivas.
Aquella fue una anécdota divertida que cuento a menudo y con la que siempre
vuelvo a reírme, pero una vez dicho esto, no quiero que os imaginéis a dos
tipos místicos, o de una espiritualidad inalcanzable. Ni tampoco a dos
peregrinos profundamente religiosos. Nada más alejado de la realidad. Arpad y Janos
son dos maravillosas personas que viven su vida de una manera muy sencilla en
un centro internacional de meditación que existe en Holanda, y al que acude
gente desde todos los puntos del mundo para imbuirse en el estudio de la
meditación y el estilo de vida implícito que lleva esta práctica. Ambos viven
allí en la comunidad del citado centro, realizando trabajos muy variopintos a
cambio de alojamiento, manutención y algo que no llamaré aquí sueldo porque no
lo es, pero sí pequeña ayuda económica para satisfacer los niveles básicos de
necesidad. Primero llegó Janos, y después Arpad, y hoy llevan ya más de quince
años viviendo de esta manera. Recuerdo que en esos dos días compartiendo
vivencias me mencionaron la poca necesidad que tenían de cosas materiales, y lo
felices que se sentían con muy poco. Me cuesta reproducir aquí las palabras
exactas con las que argumentaban esa forma de vivir, pero la serenidad y calma
con la que me hacían aquellos comentarios la tengo grabada muy dentro.
Con Janos (izda) y Arpad (dcha) en Villafranca del Bierzo. Agosto 2009 |
Desde aquel encuentro, y debido precisamente a la huella que me dejaron, nos
hemos visto otras dos veces. La primera, hace dos años, a su paso por Salamanca
mientras recorrían de nuevo el Camino de Santiago, esta vez por la Vía de la
Plata desde Sevilla hasta Santiago. Viajé hasta allí con Szilvia, mi media
naranja magiar, y compartimos con ellos una agradable comida en el mismo centro
histórico de Salamanca durante la que recordamos muchas anécdotas de nuestro
primer encuentro, pero también escuchamos otras nuevas que les habían sucedido durante
esta nueva aventura. Janos nos contó cómo una mañana había metido una pesada
piedra en la mochila de su compañero Arpad y cómo éste fue quejándose durante
varios kilómetros de lo lento que se sentía ese día hasta que Janos no puedo
aguantarse la risa (tampoco pudo mientras contaba la historia) y le contó la
razón de su lentitud, o cómo a veces tenían que desviarse algunos kilómetros
para evitar cruzar alguna dehesa con toros posiblemente mansos, pero a los que
por si acaso, evitaban a toda costa, por no hablar de los muchos y variados
encuentros con perros amistosos y no tan amistosos...
Fue un reencuentro realmente especial, y que desgraciadamente se me hizo
muy corto. La simplicidad de estos chicos, dicho en el mejor de los sentidos,
unido a su contagiosa alegría e incluso a veces un cierto grado de inocencia,
hace que desprendan una energía positiva de la que no quieres desprenderte
nunca. Y así transcurrió esa comida en Salamanca, un año después de aquel susto
nocturno en tierras leonesas.
Debo parar un momento aquí esta crónica y hacer un inciso para comentar que
no mantengo casi contacto alguno con Arpad ni con Janos desde que hicimos
juntos parte del Camino, debido principalmente al hecho de que ellos apenas
usan el móvil, muy poco el email, e ignoran por completo las redes sociales.
Las dos ocasiones que nos hemos vuelto a ver, ha sido gracias a un único y
breve email que me enviaban de manera puntual mencionándome que pasarían de
nuevo caminando por España, y me indicaban las fechas aproximadas y un número
de móvil donde localizarles por si existía la posibilidad de vernos. No hace
falta decir que las dos veces he hecho todo lo posible por mover planes,
cambiar agendas y todo lo que hiciera falta para encontrarme de nuevo con
ellos.
Y efectivamente así ha vuelto a ocurrir este pasado domingo, segunda vez
que nos hemos vuelto a ver tras el Camino. Esta vez ha sido en Comillas, y este
nuevo reencuentro es lo que me ha empujado a escribir estas líneas sobre ellos.
Esta vez están haciendo el Camino del norte, una de las muchas vertientes
del Camino a su paso por España. Hasta donde yo sé, el Camino del norte es
bastante duro, más que el Camino francés. Pero seguro que si os cuento que esta
vez vienen caminando desde Holanda (donde viven), que partieron de allí el 1 de
Abril y que llevan caminados casi 2.500 kilómetros, estoy seguro de que podéis
haceros una idea más clara de la increíble aventura que están viviendo estos dos
locos pero geniales húngaros.
Como digo, partieron de Holanda, muy cerca de la frontera con Alemania y
Bélgica. Tan cerca, que en el primer día pisaron tierras de los tres países.
Tras atravesar Bélgica durante una semana, y no sin alguna dificultad para
encontrar alojamientos para peregrinos, en vez de seguir hasta España por la
vertiente occidental, que hubiera sido lo más lógico, decidieron desviarse y
dirigirse hasta Le Puy en Velay, para retomar allí uno de los caminos europeos
originales más importantes de peregrinación hasta Santiago. Esto les obligó a
cruzar el macizo central, y encontrarse con nieve y gélidas temperaturas con
las que no contaban, y con las que sufrieron en algún caso mucho más de lo
previsto, y confieso que en este tramo de la historia, me dio la impresión de
que no quisieron contarme mucho más, de lo que deduzco que lo pasaron un poco mal.
El paso por Francia les dejó en cualquier caso multitud de anécdotas,
muchas de ellas relacionadas con el alojamiento. En muchos pueblos pequeños les
atendía directamente el alcalde, que después de hablar con el cura y con el
maestro del pueblo, siempre encontraba un lugar para dar cobijo a tan
singulares huéspedes, bien fuera en la iglesia, bien en la escuela. Nos
contaron que siempre que se vieron en situación de apuro o necesidad, hubo
alguien que les prestó la ayuda necesaria. Creo que también llevaban su ángel
de la guarda particular. También contaron que aprendieron cuatro frases en
francés, pero las llevaban tan bien aprendidas, que cuando las pronunciaban ya
nadie se daba cuenta que no sabían francés, y a partir de ese momento todos se
dirigían a ellos en esa lengua, haciendo inútiles las posteriores explicaciones
en inglés para excusarse por no entender absolutamente nada.
De nuevo, como hacía dos años en Salamanca, la comida discurrió entre risas
y más anécdotas, y de nuevo volví a sentir esa energía que desprenden estos
chicos y que te envuelve. Y de nuevo he sentido una cierta envidia, no lo negaré.
Finalmente, porque todo tiene su final, nos despedimos una vez más, con un
abrazo que esta vez, por alguna razón que no llego todavía a comprender, me emocionó
infinitamente más que en ocasiones anteriores.
Tres años después, con Janos y Arpad en Comillas. Junio 2012. |
Decía Charles Dudley, un novelista americano, que “la sencillez consiste en
hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario”. Si hubiera que añadir
una foto a la frase, añadiría la de Arpad y Janos.
Esto es todo por hoy amigos.
No olvidéis ser felices.
Sencillamente precioso...
ResponderEliminarGracias Cristina,
EliminarMe alegra muchísimo que te haya parecido una preciosa historia. Estos chicos son realmente especiales.
Hola Jim,
ResponderEliminarMe está enganchando, muy bonito lo que cuentas. Y me siento muy identificada con el efecto Wanderlust. Sobre todo durante los viajes, creo que a todos nos ha pasado que espontaneamente alguien anónimo nos presta ayuda desinteresada. O a veces en un viaje en tren o en un avión conectamos y charlamos con gente muy diferente a nosotros. A algunos de mis amigos los conocí así y son recuerdos imborrables ¡Ánimo y adelante!
Hola Alicia,
EliminarMe alegra que te enganche y que te sientas identificada con el efecto Wandelust. Estoy seguro que hay muchísima gente con experiencias similares, que conoce a gente maravillosa y muy diferente viajando quizás en un tren o en un avión, y durante tan solo unas horas se crean conexiones, como bien dices, con gente muy diferente a nosotros y que a veces permancen como recuerdos imborrables. Sólo hay que estar abierto al mundo y no tener prejuicios. :)
¡Gracias por los ánimos para seguir con el blog!
historias grandes ... como el narrador.
ResponderEliminarGracias Javi!! Tu si que eres grande! Un abrazo
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